Puede que esta entrada, sea la más personal y en la que más me desnude. Pero creo que hoy es el día de hacerlo.

Cuando comencé esto de escribir en el blog, a modo: Diario de actriz, más de un día me ha surgido la necesidad de hablar de mi relación con el mundo de la danza. No va a ser fácil hablar de esto, creo que quizás nunca lo haya escrito ni siquiera en un de mis cuadernos. Creo que tampoco  me he detenido a pensar en ello en profundidad.

Pero hoy, día internacional de la Danza me apetece hablar de ello. No voy a detallar como ha sido mi experiencia en cada uno de los espectáculos de danza en los que he participado, porque quiero que cada uno de ellos tengan su pequeño trocito aquí.

No, no he sido una de esas niñas que ha empezado en alguna escuela de danza o en el conservatoria desde pequeña.  A pesar de que mi madre siempre ha dicho que empecé a bailar  antes que andar.

Recuerdo la primera vez que vi a las hijas de unos amigos de mis padres que salían de recibir clase del teatro Calderón de Valladolid, con sus moños y sus mayots y dije:  quiero ser bailarina. Pero en aquella época lo apropiado era estudiar una carrera universitaria

En realidad creo que la culpa la tiene Flashdance, sí, la película.

Película que cuando la veo con el paso del tiempo parece como si de alguna manera inconsciente hubiese ido recreando a lo largo de mi vida, y sintiéndome en muchos momentos como la protagonista.

Hice mis pinitos en ballet clásico en una de esas actividades extraescolares del colegio, pero ya en 6º de E.G.B (para los que no sepáis que es la E.G.B, sexto de primaria), tuve que dejarlo ya que me pusieron una clase de mecanografía obligatoria en el mismo horario. Mis ganas de artes escénicas, mis ganas de bailar o involucrarme en el mundo de las artes escénicas, fueron calmadas con los talleres de teatro  a los que asistía también en el colegio.

Nunca más fui a clases de ballet o danza, pero puedo recordar las coreografías que hacia con mi hermana, o mis amigas, en recreos, fiestas, o yo sola en casa por que sí.

Pero llegó la Gimnasia Rítmica a mi vida. No recuerdo muy bien cual fue el impulso para que un año más tarde comenzara a entrenar. Pero así fue, y una cosa me llevó a la otra. La exigencia y las ganas de superarme me hicieron querer más, no solo quería ir a clase 2 horas a la semana, quería competir. Me tragaba todos los campeonatos y grababa en cintas de vhs, me veía los ejercicios una y otra vez y estudiaba haciendo el spagat para coger más flexibilidad.  Fui a un campamento de rítmica donde conocí a Mar ( Lola Eiffel) quien me preguntó si quería entrenar con ella y empezar a competir. Y así fue hasta los 17 ( mi vida de gimnasta la dejo para otro momento).

¿Por qué no seguí bailando? Sí lo hice, pero de otra manera. No profesionalmente, porque como ya dije anteriormente había que estudiar una “carrera de provecho”,  y ser bailarina, o entrenadora de rítmica no me iba a dar de comer. Entre eso y otras circunstancias mi camino se dirigió hacia otra parte

¿Qué me quedaba?… Bailar los fines de semana por las noches en diferentes salas. Creo que en ese momento no lo vi como la necesidad de bailar,  lo único que sé, es que estaba enganchada a la sensación que tenía cuando me subía en un pódium; me olvidaba de todo, y lo único que me importaba era escuchar la música y moverme sin pensar. Era como si la música se te metiera en la piel y te moviera sin pensar.

Al fin y al cabo, necesitamos movernos, expresarnos.

Antes de aprender a hablar, nos movemos para intentar pedir algo, o para expresar una emoción.

Antes de que el hombre aprendiera a comunicarse a través del lenguaje verbal, también lo hizo a través del movimiento.

La danza y la expresión corporal es una de las primeras formas de comunicación.

Siempre he tenido la imperiosa necesidad de expresarme. Siempre me he callado demasiado.Quizás por eso y  de alguna manera, bailando, expulsaba lo que quería decir, todo lo que callaba, las palabras se convertían en movimiento.  O por lo menos bailando era de la manera en la que me sentía libre e incluso bien conmigo misma.

Fue a los 28. Cuando con menos miedos decidí hacer lo que siempre quería. Lo único que tenía era que saber si meterme en una escuela de danza o de interpretación.

Pregunté en todas las escuelas de danzas de Madrid, pero al Sr. Miedo le dio por  aparecer: ¿Dónde voy con casi 30 años?  ¿Voy a perder más tiempo?  ¿Voy a tener que oír las mismas cosas de siempre, de las mismas personas? Eso, y el desconocimiento hizo que terminara elegir una escuela de interpretación en la que, por lo menos, había una asignatura de danza ( Escuela Tai)

Miraba la danza desde la vida de las bailarinas clásicas. No conocía el amplio abanico que la danza contemporánea puede ofrecer. Obviamente a medida que avanza el tiempo, las posibilidades profesionales son menores, pero yo contaba con algo a mi favor y son mis condiciones físicas, aún así opté por la interpretación. Al fin y al cabo, era otro de mis sueños, ser actriz. (pero hoy estoy  hablando de danza)

Fue en la Tai, donde conocí a Eliane Capitoni. Recuerdo a todos mis compañeros quejándose de las clases y de lo estricta que era. Sí, claro que lo es, como debe serlo, pero nunca me pareció algo a destacar, es más doy gracias por ello.

Ella fue, la primera persona que confió en mi como bailarina. Quien me enseño a sonreír, a pensar más en disfrutar que en la técnica. He de decir, que aún me cuesta, pero siempre tengo presente su sonrisa cuando me frustro y bloqueo.

Eliane creó la compañía Tikadanza, compañía de  Afro-contemporáneo con la que montamos Los orixas de ciudade de Ife (ya escribí hace años un post sobre esto). Cuando acabamos con Los orixas, nos concedieron una residencia para nuevos creadores en el teatros Canal.  La idea fue crear un  espectáculo infantil basado en La flauta mágica de Mozart.

Como siempre, por problemas económicos, todo se fue a la mierda ( y peor por la expresión) pero es así.  Recuperamos alguna de las partes y pudimos presentarlas en certámenes de danza.  Pero la gente que vivimos de la cultura no vivimos del aire, y con lo que nos pagan tenemos que dedicarnos a otro tipo de cosas para sobrevivir.

Seguí con mi carrera de actriz y bailando de noche. Hasta que acabé la carrera y de la manera más inesperada entré en The Hole. Allí conocí a Guillermo Weickert, otra de las personas y artistas a las que tengo que agradecerle su confianza en mi como bailarina.

Cuando hice el “casting” para hacer de cover del Ama de llaves, fue él quien me apoyó. Siempre he tenido un problema con la memoria coreográfica, no se la razón, quizás porque no tengo la experiencia ni la técnica suficiente, creo que es por no saber de que manera memorizar los movimientos y ordenarlos en mi cabeza. Pero él me lo hizo fácil, fui capaz de aprenderme 3 coreos en una semana.  Sentía que valía.  Claro que tuve momentos de frustración, pero sus palabras siempre me reconfortaban. Recuerdo un día de bloqueo. Me agarre una pataleta de niña pequeña, se enfado un poco y luego me dijo: “Eso no va a ayudarte nunca y tu puedes hacerlo, puedes con esto y más, es más creo que deberías tener tu número sola.” Yo no podía creer, por que quizás yo sea la primera que nunca he creído en mi. Recuerdo mi primer día de actuación, cuando acabé. se puso frente a mi y me dijo: “Gracias Lua, acabo de ver la coreografía que yo he creado”. Creo que ni él mismo, sabe la importancia que tuvieron en ese momento esas palabras.

Durante este tiempo, y como podía permitírmelo económicamente, y porque tenía tiempo como para hacerlo tome clases de clásico con Gemma Bautista. Y entonces… si llegó la frustración. Había días que me iba a casa sintiéndome un fracaso, pero siempre estaba Eliane para decirme: “Disfruta, no vas a ser primera bailarina ya en el Ballet Nacional, pero sí aprender y coger más técnica.” (Gracias). Fue en la escuela de Gemma donde conocí a Javier San Martín, con él que todo esto de la danza me pico aún más. Sus clases de Brodway y lírico me hacían salir de clase con una sonrisa. Le miraba a él como se movía y era precioso. He salido de sus clases llorando de la emoción, donde por momentos, la frustración se dispersaba.

Cuando acabé con The Hole, me llamo Lola Eiffel, tenía en mente un proyecto de danza y mapping y quería contar conmigo. Confío la primera vez en mi como gimnasta y esta vez lo hizo como bailarina. Y esto, no eran pequeñas piezas de 5/10 min, no, estábamos hablando de un espectáculo de casi una hora y media.  Así que… vuelta a Valladolid, 8 meses de creación de un espectáculo para el TAC (Festival Internacional de Teatro y Artes de Calle de Valladolid), el cual  un gran aprendizaje.  No recuerdo grandes momentos de frustración, quizás por que fue algo más paulatino. Seguro que les hubo, pero también un gran proceso como bailarina. Muchas lágrimas, risas, cansancio y ganas. Trabajando al límite con el tiempo y los medios, pero creamos La boite.

Llegado a este punto quiero dejar claro una cosa: por mucho que me venda como actriz y bailarina, no me siento bailarina como tal, más que nada por respecto a lxs que sí lo son, a los que llevan años estudiando la carrera de danza o se están dejando los cuernos y el físico por serlo. Soy actriz  y tengo muchas condiciones físicas, puedo improvisar coreos, es más es lo que mejor se hacer, y como más libre me siento. Eso es curioso pero sí. me  cuesta mucho menos bailar desde la improvisación que desde una coreografía establecida.

Voy de tres a dos veces por semana a clase en la escuela Mayor de danza, recibiendo clases de Yolanda Molina Segovia, pero no estoy enfocando mi carrera a ser bailarina. Tuve que decidir, y lo hice, elegí ser actriz, pero las actrices, tienen que cantar, bailar e interpretar. Y yo … jajjaja .. yo no canto.

Yolanda… ¿cuantas veces he salido con la moral por los suelos? A parte de dolorida. Pero vuelvo a levantarme, porque no puedo estar sin bailar.

 Hace un par de años me lesioné y me pasé casi un año sin poder hacerlo. No quiero volver a pasar por ahí, necesito seguir bailando, quizás no sea la mejor bailarina del mundo, pero juro que volvería el tiempo hacia atrás y me quitaría el miedo a decir: Quiero esto.

 No puedo dejar de bailar, aunque la progresión en la danza es muy lenta, la hay, con mucho trabajo y dedicación, y el camino es duro, pero es precioso. A parte, a mi edad, hay algo que tengo claro y que sé que no va a cambiar, y son las ganas, las ganas de superarme cada día un poquito más. No hablo de subir la pierna más arriba o hacer dos giro sin perder el eje ( que siempre es bastante reconfortante),  me refiero a el echo de no tirar la toalla, porque aunque no me lo tome como una meta profesional, y quizás sea ese mi error, cuando bailo me siento libre y puede que este feo decirlo, pero me siento bella.

Estoy acabando de escribir esto con los ojos llenos de lágrimas, ojalá supiese que es lo que me hace emocionarme, solo se que no puedo pasar un día sin bailar, aunque sea por el pasillo de mi casa y que el miedo a no ser una buena bailarina es lo único que me paraliza y bloquea.

Aún así, yo seguiré bailando. ¿Bailamos?

Dejo aquí un video de pequeñas improvisaciones que hice con Argazki Mahatu en nuestra primera sesión juntas, en la que al final y como siempre, acabo bailando.

“No veo a la gente, sales ahí fuera, suena la música y empiezas a sentirla y tu cuerpo empieza a moverse. Ya se que parece una tontería, pero algo conecta dentro de ti y simplemente despegas, y ya estás, es como si te convirtieras en otra persona. Algunas noches solo tengo ganas de salir al escenario. Solo para evadirme”

(Flashdance)